miércoles, abril 18, 2007

= Fuimos mudanceros =


El soundtrack de tu vida fue: Jenny Lewis & the Watson Twins - Handle with Care (Traveling Wilburys cover) (Rabbit Furcoat, 2005).


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Querido diario:

Todo este tiempo he renegado de tu existencia, ocultando lo nuestro al mundo real como si te trataras de una malquerida, viviendo con la emoción de lo secreto, con el ímpetu de lo prohibido, con el morbo de lo cochino: por momentos, entregándome a las ansias locas, dejando salir la locura y la liendre que pulula en la parte trasera de la masa funk; otras, esperando secretamente que el siguiente temblor tumbe tu servidor y destruya todo vestigio comprometedor, cual evidencia bochornosa de un crimen no resuelto, cual carta reveladora que vomita la mugre de la conciencia y que se debe de quemar al instante de terminarla, o, contradictoriamente, que permanezca cual post secret que se envia desde telnet y se espera con morbo voyeurista la anónima exhibición de la mea culpa, sin que los dedos de las buenas conciencias se levanten en contra de uno, acusadores y condenatorios. Espero futilmente que la blogósfera sufra un glitch de sistema y acabe con este sentimiento de inconclusión, con esa necesidad visionuda que por momentos me carcome y se apodera de mi.

Y luego regreso como marido desobligado, que se fué por los cigarros y regresa 3 años después sin el gasto y como si nada, se sienta a la mesa, pide su cervezota y sus derechos conyugales, y en el after de la concupiscencia empieza de platicador, comentando de todo, y de la nada.


Resulta ser que me vendieron una cama matrimonial, un objeto del que creía hasta hace poco poder prescindir, primordialmente por carecer de cónyuga y/o amante de planta, así como de domicilio particular "miodemi-entorno-personal-exclusivo-elquepagalarentamanda- valemadresipagaseltelmex-ylamitaddelaluz-yiotengodineroooo".

Mas tarde me di cuenta que es fácil vivir en el error, pero esto no motiva el post del día de hoy.


Cuando era joven y tenía caireles necios de acero, encontraba perfectamente justificable sudar como jabalí ante alguna proeza física de la vida que no involucrara alguna suscripción a un gimnasio ni ropa de microfibra - es más, cuando se es joven, se piensa que es un gasto innecesario, basta con caminar 2 horas diarias, comer como perro callejero o tener un juego de mancuernas de 7 kg abajo de la cama, pero bueh-; la experiencia dicta que uno no siempre va a tener tiempo suficiente para bañarse más de una vez al día, y andar por la calle mascerado en los jugos corporales no es del gusto del resto de la fauna urbana: andar de microbusero no me va.

Decidí usar el poder de la sección amarilla - y del cochino dinero -, y contratar una mudanza.

La vida me dió un repaso de teoria de los servicios cuadráticos: el costo del servicio es inversamente proporcional a la simplicidad de la tarea, elevado a la potencia x, donde x es igual al día habil, que en sábados y domingos es 85x. Resumiendo: me querían cobrar putos $800 pesos por mover una cama, su tambor y su cabecera de un cuarto piso de la colonia San Rafael a la Ogrero Bubular, cuyo equivalente es la distancia que existe entre el Caballito cubista de Reforma y el Zócalo.

Después de múltiples intentos, unos mudanceros de la colonia Doctores aceptaron la faena por $250 pesos, una ganga que se veía empañada por el inconveniente de no disponer de los mejores elementos para la tarea. Como comercial del Consejo Empresarial, dije "no importa, lo que tenga a la mano está bien".

Me mandaron a un señor de 85 años y a un niño de 7, trepados en el camión de Pepe el toro de Ustedes los Ricos.

El señor aseguraba tener 40 años de mudancero, el niño tenía nula masa muscular.

Lograron exitosamente bajar la cabecera y el colchón, la función comenzó con el tambor, que era de pura madera (motivo-causa-razón de contratar una mudanza): El niño se colapsó antes de bajar las primeras escaleras, cayó bañado de sudor. El señor era una vieja histérica, que le rezó a todos los santos habidos y por haber, mientras intentaba una técnica que - según él- dejó de practicar en 1995 y que consistía en un complejo sistema de nudos, que le permitirían cargar por sí solo el más voluminoso y pesado de los objetos; henchido de orgullo, afirmó que se llamaba la maniobra Pípila.

Pasaron 45 largos minutos para que el viejito chencho recordara el orden y posición de los nudos de la cuerda; una vez colocados y afianzados se montó el tambor entre quejidos y temblores, le pregunté si no necesitaba ayuda, temiendo cualquier responsabilidad que la justicia me pudiera imputar si se mataba o le daba un infarto. El venerable, indignado, entre gritos me recitó su impecable currículum y cómo él era el rey de la mudanza cuando yo era un simple esperma. Me lavé las manos y le dije "vas".

Correoso como una mula, el viejito se estabilizó una vez que encontró su punto de equilibrio. Comenzó a bajar el tambor, el Onésimo Nemo avanzaba al frente presto a cachar lo que se pudiese cachar, el narrador por la retaguardia, presto a sujetar lo que se pudiese sujetar. En el tercer piso embarró el tambor contra el techo de la escalera, y le dejó una estela blanca art-decó en el costado derecho.

Harto, le ordené al individuo que parara y se bajara el tambor, fue como pedirle una hija pero obedeció. Me preparaba para terminar el viaje con el Onésimo pero el maldito anciano se envolvió entre las cuerdas cual manifestante globalifóbico y me aseguró que EL iba tarminar lo que empezó. Le condicioné la participación del Onésimo, confiando en que el segundo evitaría futuros daños en mi propiedad.

Efectivamente lo terminó, no sin antes dejarle caer dos veces el tambor al Onésimo, que puso cara de hernia, y de resignación.

Una vez trepado todo al cacharro, el Onésimo me deseó buena suerte, se sujetó el riñón izquierdo y se alejó renegando de su nobleza, el niño afianzaba las cadenas del cajón y yo me trepaba a la cabina mientras el viejo me lanzaba un "ah, yo pensaba que traia carro". A veces pienso seriamente en fulminar a la gente cuando provocan mi ira, quedarme con la muina es mala praxis.

El resto de la mudanza ocurrió sin sobresaltos, logramos colocar los objetos en su destino final sin más sopresas ni contratiempos, y mientras la voz de la razón me exigía a grito pelado despachar a los mudanceros lo más rápida y groseramente posible, no pude evitar dar propina a los quejidos del anciano, y la inutilidad del niño.

Es lo malo de la occidentalización, uno se llena de culpas y entra en conciencia de los conatos de abuso de adultos mayores, y de explotación infantil. Aqui es cuando los maestros de los lugares comunes salen con una frase malinchista como "sólo en México pasa esto", pero como soy un antropoide responsable me limito a reconocer que en mi, aplica la frase "pinche codo, tu solito te lo buscaste", y el Onésimo me remata duro y a la cabeza con una cita del Haragán y Cía.: "por mugres 800 pesos, te los hubiera dado yo".

Eso si, una cama matrimonial para una persona es la manera correcta de vivir, las camas individuales sólo son para que las disfruten los infantes de 6 años, los sadomasoquistas, los militares o los ascetas. Los conmino a imitar mi ejemplo, vale la pena el espacio extra.

Buenas noches, ahi se ven.

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Atte.

El Hijo de Nadie

1 comentario:

Luis Ricardo dijo...

¡Las camas de agua!