El soundtrack de tu vida fue: Daft Punk - Technologic (Human After All, 2005).
Geekas y geekos:
En el siglo pasado, durante sus últimas dos décadas, el boom de la tecnología entró por la puerta frontal y se metió hasta al cuarto de su hija, la señorita.
La noción de los electrodomésticos como índice de cariño-sacrificio-status-paternidad responsable dentro de los hogares no era nueva: existe en la ideosincracia mexicana desde los años 60 (10 años después del fenómeno gringo, así era antes y así fue durante mucho tiempo).
Una casa sin televisor era una casa sin una ventana al mundo, al noticiero, al sano entrenimiento y hasta a la educación. La modernidad se deslizaba en los hogares con suavidad y con calma, tomando paso a paso a la temerosa familia y desvirgando caballerosamente su resistencia al cambio. Todos tenemos Betamax, todos estamos bien.
Es el pequeño aparato que ven arriba el que inició en modesta vivienda de la colonia Ogrero Bubular, el último movimiento de resistencia contra la nosciva tecnología, que todo lo corrompe, que adultera los valores familiares, separa a las familias y convierte los cerebros juveniles en waffles de sesos a la mantequilla.
David Enríquez Núñez era un hombre visionario: desde mediados de los ochenta ya sabía que la información era equivalente a poder, ergo: el individuo que ejerciera absoluto control de los electrodomésticos de punta poseía un pase directo a el pedestal de la máxima autoridad. "Tu eres imbécil, mi pequeñ@ rivereñ@, me necesitas para manipular todo aparato que tenga botones y comandos en técnico inglés; necesitas de mi aprobación, previa inducción impartida por MI, para ejercer el uso de UN botón del aparato". Así fue la vida con mi querida Luzyfer hasta que ésta tuvo el detalle de parirme.
Pobre tonto, ingenuo charlatán.
A los 7 años armaba y desarmaba mis juguetes, a los 9 ya había desarmado una alarma que tocaba el bonito fragmento de la ópera Carmen y reensamblado exitosamente, a los 14 tenía el control absoluto de los controles remotos. Y a pesar de la resistencia paterna, que hasta el momento había logrado moderar mi apetito tecnológico, el siguiente salto sería contundente para el Hijo de Nadie.
Más, necesito más.
Cuando el nerd era el adjetivo pujante, ya era bien conocida la relación entre geek y la tecnología, encarnada en la propiedad y dominio de las primeras PCs, cargadas con poderosos requerimientos medidos en kbs y en programas ejecutados por el innovador MS-DOS.
En la Secundaria, los discos de 5 3/4" era un gesto fetichista, y todavía había muchos "nerds" que miraban los floppies con extrañeza, picando simiescamente la funda de papel, mordiendo los bordes para captar algún sabor conocido y manoteando el objeto de color onyx con profunda incomprensión. Cómics y tarjetitas para los jodidos, esa era la consigna.
3 años después, una wannabe puestísima a iniciar su escalada social -que por cierto culminó en desastre y tragedia-, dejó olvidada en mi hogar una de las primeras Lap-TOP que venía con el sistema Windows 1.0 precargado. Después llegaría el Sr. Duplancher con ímpetus alfabetizantes y me daría mis primeras clases de MS-DOS.
El destino me estaba cerbataneando bolitas de papel con salibola para que pusiera atención, al final yo me fuí de boca.
Hoy día, hablar de la importancia de estos cachivaches es una redundancia del tamaño de un trailer.
Pero las computadoras y sus múltiples presentaciones es tan sólo una pestaña en la gigantesca libreta del tema "tecnología en el hogar".
Televisión satelital, microondas de calentado envolvente, internet a exceso de velocidad, cámaras digitales con lentes carl zeiss o lentes desmontables, videocámaras del tamaño de un encendedor, teléfonos celulares que son centros de entretenimiento ambulantes, quemadores de DVDs para el Home Theater, videojuegos en donde puedes ser un dios y decidir sobre la vida de criaturas rendereadas generadas por un mañoso motor gráfico: la tecnofagia, como el deterioro, no tiene límites.
Y es que antes que geek, tengo que confesar mi penosa manía: soy un tecnófago declarado, y no existe terapia que me haga separarme de mi molesta (y costosa) obsesión.
Sabe dios si este nuevo fenómeno es el principio del fín de todas las cosas, o sólo el principio de cosas imposibles.
Big, fat orrore.
================================
Atte.
El Hijo de Nadie.
En el siglo pasado, durante sus últimas dos décadas, el boom de la tecnología entró por la puerta frontal y se metió hasta al cuarto de su hija, la señorita.
La noción de los electrodomésticos como índice de cariño-sacrificio-status-paternidad responsable dentro de los hogares no era nueva: existe en la ideosincracia mexicana desde los años 60 (10 años después del fenómeno gringo, así era antes y así fue durante mucho tiempo).
Una casa sin televisor era una casa sin una ventana al mundo, al noticiero, al sano entrenimiento y hasta a la educación. La modernidad se deslizaba en los hogares con suavidad y con calma, tomando paso a paso a la temerosa familia y desvirgando caballerosamente su resistencia al cambio. Todos tenemos Betamax, todos estamos bien.
Es el pequeño aparato que ven arriba el que inició en modesta vivienda de la colonia Ogrero Bubular, el último movimiento de resistencia contra la nosciva tecnología, que todo lo corrompe, que adultera los valores familiares, separa a las familias y convierte los cerebros juveniles en waffles de sesos a la mantequilla.
David Enríquez Núñez era un hombre visionario: desde mediados de los ochenta ya sabía que la información era equivalente a poder, ergo: el individuo que ejerciera absoluto control de los electrodomésticos de punta poseía un pase directo a el pedestal de la máxima autoridad. "Tu eres imbécil, mi pequeñ@ rivereñ@, me necesitas para manipular todo aparato que tenga botones y comandos en técnico inglés; necesitas de mi aprobación, previa inducción impartida por MI, para ejercer el uso de UN botón del aparato". Así fue la vida con mi querida Luzyfer hasta que ésta tuvo el detalle de parirme.
Pobre tonto, ingenuo charlatán.
A los 7 años armaba y desarmaba mis juguetes, a los 9 ya había desarmado una alarma que tocaba el bonito fragmento de la ópera Carmen y reensamblado exitosamente, a los 14 tenía el control absoluto de los controles remotos. Y a pesar de la resistencia paterna, que hasta el momento había logrado moderar mi apetito tecnológico, el siguiente salto sería contundente para el Hijo de Nadie.
Más, necesito más.
Cuando el nerd era el adjetivo pujante, ya era bien conocida la relación entre geek y la tecnología, encarnada en la propiedad y dominio de las primeras PCs, cargadas con poderosos requerimientos medidos en kbs y en programas ejecutados por el innovador MS-DOS.
En la Secundaria, los discos de 5 3/4" era un gesto fetichista, y todavía había muchos "nerds" que miraban los floppies con extrañeza, picando simiescamente la funda de papel, mordiendo los bordes para captar algún sabor conocido y manoteando el objeto de color onyx con profunda incomprensión. Cómics y tarjetitas para los jodidos, esa era la consigna.
3 años después, una wannabe puestísima a iniciar su escalada social -que por cierto culminó en desastre y tragedia-, dejó olvidada en mi hogar una de las primeras Lap-TOP que venía con el sistema Windows 1.0 precargado. Después llegaría el Sr. Duplancher con ímpetus alfabetizantes y me daría mis primeras clases de MS-DOS.
El destino me estaba cerbataneando bolitas de papel con salibola para que pusiera atención, al final yo me fuí de boca.
Hoy día, hablar de la importancia de estos cachivaches es una redundancia del tamaño de un trailer.
Pero las computadoras y sus múltiples presentaciones es tan sólo una pestaña en la gigantesca libreta del tema "tecnología en el hogar".
Televisión satelital, microondas de calentado envolvente, internet a exceso de velocidad, cámaras digitales con lentes carl zeiss o lentes desmontables, videocámaras del tamaño de un encendedor, teléfonos celulares que son centros de entretenimiento ambulantes, quemadores de DVDs para el Home Theater, videojuegos en donde puedes ser un dios y decidir sobre la vida de criaturas rendereadas generadas por un mañoso motor gráfico: la tecnofagia, como el deterioro, no tiene límites.
Y es que antes que geek, tengo que confesar mi penosa manía: soy un tecnófago declarado, y no existe terapia que me haga separarme de mi molesta (y costosa) obsesión.
Sabe dios si este nuevo fenómeno es el principio del fín de todas las cosas, o sólo el principio de cosas imposibles.
Big, fat orrore.
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Atte.
El Hijo de Nadie.