El soundtrack de tu vida fue: The Postal Service - We will become Silhouettes (Give up, 2003)
Querido diario:
Cuando tenía 7 años de vida ya habia llegado a varias conclusiones: la gente te pone más atención mientras menos la tomas en serio, que el mejor lugar para vivir era México y que los carros del Distrito Federal comenzaban su circulación al salir el sol, y todos iban siguiendo a un Mustang 76 Match 1 color rojo con una franja plateada en medio, todos en mega rally-procesión que terminaba al caer el sol.
Aún seguía recolectando dibujos de Supermán de cada adulto que se me cruzaba en frente y recién habia caido en la cuenta de que usar a mi hermano menor - de tan sólo 3 años - de osito cariñosito con piernas chuecas, me conseguía puntos con la niña de mis ojos (eep, ya era un maldito marrano desde la infancia).
El jueves 19 de Septiembre del año 1985 de la era del niño dios, me encontraba en mi domicilio de Puente de Alvarado, esquina con Rosales -allá en la colonia Tabacalera de mis recuerdos -, haciendo lo mismo que hacía todas las mañanas: protestando enérgicamente por la abrupta levantada y resistiéndome al proceso de bañado, encerado y enfundamiento del uniforme escolar verde oscuro con camisa amarillo pollo que me mareaba.
Cabe hacer la mención de que en esos días me encontraba comprobando la brillante teoría de que dando vueltas sobre mi eje podía salir volando como el villano Tornado, enemigo mortal del Hombre Invencible (traducción maleta de Iron Man); por ello conocía perfectamente la sensación de estar mareado; juraba estar sintiendo dicho malestar cuando mi tia Luli (de Luisa puesn) me aclaró que no se trataba de un mareo, que estaba temblando.
Recuerdo vagamente el proceso de desalojo de mi domicilio, sólo tengo presente haberme caido y rodado por el pasillo de los cuartos, chocando abrutamente contra la pared que a la izquierda daba a la sala y a la derecha, a la salida.
Recuerdo también el haber permanecido en el marco de la puerta sujetado -mas bien, con las uñas enterradas en mis hombros- por mi madre, mientras mi tía Luli cargaba al Mr. Spuma -que estaba en la luna - y las dos repasaban algún punto oscurantista de las oraciones que se murmuraban en la iglesia de San Fernando, cuando el movimiento amainó. Había un silencio hueco: ni radios ni televisores prendidos (inconcebible a esas horas), de repente solo se escuchaban gritos y gente corriendo de un lado a otro, visiblemente espantada.
Mi madre salió al patio sujetándome - mas bien, jalándome - por la mano; corría a su lado Luli con Mr. Spuma en brazos, estaban tratando de llegar a la entrada frontal de la vecindad (alguna vez hubo vecindades muy cucas y clasemedieras, con patios gigantescos tipo corredor que tenía entradas en ambos extremos de la cuadra, ésta en particular se encontraba comunicando Puente de Alvarado con la calle de Ignacio Mariscal).
Toda la vecindad estaba en el portón, agazapados de las molduras de hierro y en pleno ataque de histeria, gritos y llantos desconsolados salían de las antes amables vecinas que vivían cerca de la entrada, hombres entrando y saliendo, cubiertos de un fino polvo blanco (se me figuraba talco entonces); en algún punto nos cedieron el paso y pudimos ver al exterior lo que había sucedido.
Pude sentir a mi madre sujetarse de la puerta en un esfuerzo por no desmayarse (algo que hacía frecuentemente en esos años, lo cual no me extrañó): había una nube de polvo atenuando el panorama, la gente se encontraba reunida en el asfalto, los coches sólo circulaban del otro lado de la calle, donde batallaban al pasar. En la esquina de enfrente estaba el lote que se presumía estacionamiento público -si hoy día van por la zona, ahora es un estacionamiento de 3 o 4 niveles, con fachada rococó-tenoch - y que ahora fungía como improvisado hospital, donde colocaban a los heridos y donde más tarde colocarían los cadáveres que fuesen sacando del edificio de al lado, que era uno muy bonito de condominios y con una tienda en la planta baja, ahora un sandwich de tierra, vidrio y carne (hoy día es un lote baldío por donde pululan las mujeres del talón más feas de la zona metropolitana).
Mi padre había salido de viaje con mi tía Maya, venían regresando de Minatitlán cuando los agarró el temblor en plena entrada de la TAPO. El caso es que a 2 horas de lo sucedido, David Enriquez Nuñez estaba cruzando Puente de Alvarado cuando nos vio y salió corriendo a nuestro encuentro, sujetando en sus brazos a mi mamá que ahora sí se aflojó todita y se desmayó cuan larga era (que mi amá es chaparrita, asi que no fue big deal). Hasta este momento no terminaba de asimilar lo que estaba sucediendo, sólo veía ruinas de todo lo que había conocido, encontraba enormes vacíos en donde mi mente registraba antes edificios, establecimientos, etc.
Todos regresamos en friega al hogar. Hasta ese momento caimos en cuenta de las lámparas (que eran imitación latón y muy gariboleadas) se habían desprendido y colgaban del cable de luz y la vitrina amenazaba con venirse de frente por lo que David salió corriendo, presto a sujetarla y enderezarla. Recuerdo a mi papá poniendo al tiro a Doña Lucy, previendo una futura salida por lo que pudiese pasar y repasando los probables destinos. Después de un rato salimos a la calle: mi padre se puso a hacerla de tamarindo improvisado para regular el tránsito, mi madre fue a repartir no se qué cosas a los heridos, Maya es enfermera de profesión así que también hizo lo suyo. Mi tía Luli, el Mr. Spuma y su servilleta fuimos de paseo quesque "para tranquilizarnos".
Pude ver en las calles aledañas los postes de luz desprendidos del suelo, uno completamente desmoronado en el suelo, otro apoyado de una pared, colgando peligrosamente de un edificio agrietado. Había vidrios por todos lados, partes donde la acera y el asfalto se habían levantado y le habían quitado su llanura al suelo. La colonia era una facha.
Como a las 12 del día todos regresamos a la casa. En ese tiempo Don David había ido a ver qué habia pasado con mi escuela: estaba derrumbada. La tia Maya prendió el televisor, donde la transmisión del canal 2 se había reanudado para reportar lo sucedido; Maya lloró desconsoladamente al enterarse del destino final del Centro Médico, donde ella trabajaba y donde murieron aplastadas todas sus amistades.
Recuerdo todavía la historia de una niña de 14 años, sumergida en un foso lleno de agua enlodada, en donde había quedado atrapada de las piernas; la gente luchaba por sacarla pues el nivel del agua iba subiendo paulatinamente (alguna fuga de agua llenaba el foso). Estaban evaluando la posibilidad de abrir una bracha por algún lado para drenar el agua, para poder maniobrar y sacar sus piernas. La desesperación fue creciendo entre sus familiares, que intentaban arrancarla por la fuerza de ese foso. Hubo otro derrumbe y fue imposible liberarla, murió ahogada en ese foso. Aún recuerdo cómo medio rostro salía de entre las aguas ocres, mientras su familia le lloraba desconsolada. Y a partir de ese día mi vida fue otra.
Volvería a temblar en la noche del 20, saldría semidesnudo a la calle, huyendo del departamento y la vecindad que llamé hogar, hacia el lugar donde he vivido por 20 años: la colonia Ogrero Bubular. La he visto crecer, la he visto cambiar las fábricas y las bodegas por los Sanborn´s y los Bisquets Obregón. Pasaría mucho tiempo antes de que los campamentos de damnificados fuesen lentamente desapareciendo, inútiles fueron las protestas por una ayuda del gobierno que jamás llegó. Volvería a ver la puerta de mi casa desde las ventanas de un automóvil o de una pesera, preguntándome si realmente todo esto pasó.
Viviría los siguientes temblores en diferentes circunstancias. Volví a experimentar uno fuerte, 10 años después; en la prepa vi correr por las escaleras a una maestra lanzando codazos, empujando al alumnado y haciendo todas y cada una de las cosas que los letreros de seguridad decían claramente abstenerse de hacer. El sentimiento seguía presente, la histería no había desaparecido.
El otro día tembló, mas o menos a principios de este mes. Me encontraba en un cuarto piso, viendo Temporada de Patos (siiii, viví en pecado mortal casi un año sin verla). El miedo sigue ahí, pero en estos días los temblores estan bien maricas. Ninguno como el de aquella vez.
Y ha pasado tanto tiempo, que hoy día circulan por la calle individuos e individuas con sus genitales perfectamente desarrrollados y que no han vivido lo que es un temblor trepidatorio, que ignoran lo que es la histeria colectiva que ha marcado a todos los que todavía recordamos, que no sienten la necesidad de huir y abandonar todo lo preciado, para salvar el pellejo. Hoy día hay gente tan cínica que cree que puede poner una serie televisiva al respecto y darles una idea al México sobre lo que no se puede entender, hasta que te pasa.
Y deseo de todo corazón que nunca tengan que saberlo.
Pero es Jueves, han pasado 20 años y todavía creo que México es el mejor lugar para vivir.
Tantán.
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Atte.
El Hijo de Nadie