El soundtrack de tu vida fue: Backyard Dog - Baddest Ruffest (Bend It like Beckham Soundtrack, 2002).
Querido diario:
Sucedió una tarde de Mayo, cuando vino la Hada Florecita a la casa de los Magoni, con el propósito de libar y chacotear, mas lo que fuera saliendo.
Florecita suele arribar a todos lados con un costal de dicha y sorpresotas, y en esta ocasión no tenía porqué ser la excepción.
Su fiel mascota, que responde al nombre de Patas, fue intempestivamente abordada por un gato de tersos bigotes y se conocieron en el más puro sentido bíblico, de cuya unión salieron cuatro gatos guapetones, uno de ellos venía en coqueta caja de teléfono inalámbirco con sus ventilaciones aerodinámicas. Su nombre tentativo era Chocopie (Chocopay, para los no-angloparlantes).
El gato resultó ser un mamón de primera, ganandose rápidamente el recelo de sus futuros dueños. Durante el resto de la velada, el mentado gato intentó accesar a la parte trasera del centro de entretenimiento con la clara intención de deshebrar cuanto cable se encontrara a su alcance, podríamos decir que se convirtió en mi deber el que sus esfuerzos culminaran futilmente.
Ya entrada la nochecita, mientras el resto de los libadores platicábamos de arte, blog y rock& roll, el gato encontró aceptable trepar por la silla donde me encontraba, encaramarse por mi pierna y hacer del hueco de mi cadera y mi chamarra su nueva cama. El destino me pateaba en las espinillas, y yo me hacía como el tío Lolo.
A la mañana siguiente, sin haber reposado con suficiencia por la agradable velada, una Poquinchis acongojada me habló por el Malakatófono.
El gato pasó la mayor parte de la noche maullando lastimeramente, se levantó tempranito cual chamaco ochentero esperando En Familia con Chabelo, practicó maniobras de paracaidismo desde el balcón de la Poquianchis y el Onésimo Nemo, se subió a cuanto mueble se encontró y resultó sensible a los ruidos eléctricos: ante el sonoro rugir del molino de café, huyó despavorido al motor del refrigerador, de donde finalmente lo saqué cebándolo con una varita de perejil.
Sospechaba el propósito de mi convocatoria a la casa de los Magoni ese Domingo, para el condenado minino todo estaba clarísimo: mientras desayunaba insistió en jugar al pirata Morgan y al cotorrito, él equilibrándose en mi hombro.
Después de un angustioso paseo por el circuito interior, un escape a la Houdini de su caja y de enterrar sus diminutas garras en mi ronco pecho porque las subidas y las bajadas las resentía retefeo, llegó el pinche gato a mi casa.
Cirilo is on tha house. Es una mascota fantasma, porque se supone que yo no debo de tenerlo, y espero contar con la discreción de la amable audiencia. Y es una amenaza, básicamente porque respira.
Pasó las primeras horas en su nuevo hogar explorando y escondiendose en cuanto hueco, lugar oscuro o humedad calurosa encontrara.
Ya después estaba de encimoso en todo mundo, posando para las cámaras.
A la semana, ya le había arrebatado al pater familias su sillón predilecto, ese que da derechito al televisor. Aqui lo podemos apreciar con la muñeca que Luzyfer escogió especialmente para él.
A las dos semanas, ya había desprendido todos los botones de los muebles de la sala, por eso nos vimos en la penosa necesidad de comprarle su centro de entrenimiento color verde patria, el centro acartonado viene con aroma imitación pino, por lo que piensa que es un robusto tronco donde sacar punta a sus zarpas. La esfera gira sin parar mientra él juega al cazador.
A la cuarta semana, no puede entrar ningun objeto de la calle sin que Cirilo, amo y señor de la Ogrero Bubular, le dé el visto bueno.
Conciente de que no siempre será un adorable y pequeño dictador, se prepara para el futuro y se ha decidido por aprender el duro oficio de atornillador a dos garras.
Lo más trágico para tu redactor, querido diario, es que este gato tiene modales de perro: en vez de arañar a sus superiores intelectuales, los muerde. Y una mordida de gato duele hasta el alma, y más allá.
Lo único botana de todo el asunto es que, por una fisura en el aislamiento de mi CPU, Cirilo se encuentra curado de sus siestas en mi computadora, el artefacto le ha dado suficientes descargas eléctricas en su pelambre, no se le antoja más morder cables indefensos.
Update: Lo he llevado al veterinario para la Triple Felina -la veterinaria es un lugar a donde se debe acudir entre llanto y rasguños, cabe hacer la aclaración-, y por primera vez se ha quedado pasmado, con los ojos redondos como platos y haciendo gestos de petición de adquisición con su pata: una cama de gato tipo sleeping bag con forma de pescado, ojos rojos, la boca del pez es la entrada.
Me siento como un padre consentidor y echador a perder.
Rindan pleistesía ante Cirilo, el gato más chiqueado de la zona metropolitana.
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Atte.
El Hijo de Nadie.
Sucedió una tarde de Mayo, cuando vino la Hada Florecita a la casa de los Magoni, con el propósito de libar y chacotear, mas lo que fuera saliendo.
Florecita suele arribar a todos lados con un costal de dicha y sorpresotas, y en esta ocasión no tenía porqué ser la excepción.
Su fiel mascota, que responde al nombre de Patas, fue intempestivamente abordada por un gato de tersos bigotes y se conocieron en el más puro sentido bíblico, de cuya unión salieron cuatro gatos guapetones, uno de ellos venía en coqueta caja de teléfono inalámbirco con sus ventilaciones aerodinámicas. Su nombre tentativo era Chocopie (Chocopay, para los no-angloparlantes).
El gato resultó ser un mamón de primera, ganandose rápidamente el recelo de sus futuros dueños. Durante el resto de la velada, el mentado gato intentó accesar a la parte trasera del centro de entretenimiento con la clara intención de deshebrar cuanto cable se encontrara a su alcance, podríamos decir que se convirtió en mi deber el que sus esfuerzos culminaran futilmente.
Ya entrada la nochecita, mientras el resto de los libadores platicábamos de arte, blog y rock& roll, el gato encontró aceptable trepar por la silla donde me encontraba, encaramarse por mi pierna y hacer del hueco de mi cadera y mi chamarra su nueva cama. El destino me pateaba en las espinillas, y yo me hacía como el tío Lolo.
A la mañana siguiente, sin haber reposado con suficiencia por la agradable velada, una Poquinchis acongojada me habló por el Malakatófono.
El gato pasó la mayor parte de la noche maullando lastimeramente, se levantó tempranito cual chamaco ochentero esperando En Familia con Chabelo, practicó maniobras de paracaidismo desde el balcón de la Poquianchis y el Onésimo Nemo, se subió a cuanto mueble se encontró y resultó sensible a los ruidos eléctricos: ante el sonoro rugir del molino de café, huyó despavorido al motor del refrigerador, de donde finalmente lo saqué cebándolo con una varita de perejil.
Sospechaba el propósito de mi convocatoria a la casa de los Magoni ese Domingo, para el condenado minino todo estaba clarísimo: mientras desayunaba insistió en jugar al pirata Morgan y al cotorrito, él equilibrándose en mi hombro.
Después de un angustioso paseo por el circuito interior, un escape a la Houdini de su caja y de enterrar sus diminutas garras en mi ronco pecho porque las subidas y las bajadas las resentía retefeo, llegó el pinche gato a mi casa.
Cirilo is on tha house. Es una mascota fantasma, porque se supone que yo no debo de tenerlo, y espero contar con la discreción de la amable audiencia. Y es una amenaza, básicamente porque respira.
Pasó las primeras horas en su nuevo hogar explorando y escondiendose en cuanto hueco, lugar oscuro o humedad calurosa encontrara.
Ya después estaba de encimoso en todo mundo, posando para las cámaras.
A la semana, ya le había arrebatado al pater familias su sillón predilecto, ese que da derechito al televisor. Aqui lo podemos apreciar con la muñeca que Luzyfer escogió especialmente para él.
A las dos semanas, ya había desprendido todos los botones de los muebles de la sala, por eso nos vimos en la penosa necesidad de comprarle su centro de entrenimiento color verde patria, el centro acartonado viene con aroma imitación pino, por lo que piensa que es un robusto tronco donde sacar punta a sus zarpas. La esfera gira sin parar mientra él juega al cazador.
A la cuarta semana, no puede entrar ningun objeto de la calle sin que Cirilo, amo y señor de la Ogrero Bubular, le dé el visto bueno.
Conciente de que no siempre será un adorable y pequeño dictador, se prepara para el futuro y se ha decidido por aprender el duro oficio de atornillador a dos garras.
Lo más trágico para tu redactor, querido diario, es que este gato tiene modales de perro: en vez de arañar a sus superiores intelectuales, los muerde. Y una mordida de gato duele hasta el alma, y más allá.
Lo único botana de todo el asunto es que, por una fisura en el aislamiento de mi CPU, Cirilo se encuentra curado de sus siestas en mi computadora, el artefacto le ha dado suficientes descargas eléctricas en su pelambre, no se le antoja más morder cables indefensos.
Update: Lo he llevado al veterinario para la Triple Felina -la veterinaria es un lugar a donde se debe acudir entre llanto y rasguños, cabe hacer la aclaración-, y por primera vez se ha quedado pasmado, con los ojos redondos como platos y haciendo gestos de petición de adquisición con su pata: una cama de gato tipo sleeping bag con forma de pescado, ojos rojos, la boca del pez es la entrada.
Me siento como un padre consentidor y echador a perder.
Rindan pleistesía ante Cirilo, el gato más chiqueado de la zona metropolitana.
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Atte.
El Hijo de Nadie.
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