UUUF.
En fechas recientes, se ha vuelto uso y costumbre esta molesta y neurótica anticipación de las festividades y días de asueto; es un hecho que nos venimos tragando esta navidad desde mediados de noviembre, cuando ni bien se había enfriado el día de muertos.
Por eso, siempre me cuesta un poco de trabajo el abordar un tema que se pasa de pasteleado, pero como no existe asunto alguno en la vida de nadie que eventualmente trastoque la gacha navidad, pues ya qué le hacemos.
Muchos reclamos vinieron a mi buzón la vez pasada, todos inevitablemente conducían a la interrogante de los dos millones:
¿Porqué debemos odiar a la navidad?.
Razones me sobran, pero creo la que me viene a la mente con frecuencia no es la de peso, sino la se involucra con mi primera navidad. Tome en cuenta, amable audiencia, que en la primera natividad cronológica, uno es incapaz de captar referencias, pues se es tan nuevo que se está mas preocupado por la mamila que por el muérdago, por eso me referiré a la navidad de 1983, el año en el que supe de Santa Claus, y el año en el que deje de creer en él.
En esa época, el furor eran los chingados juguetes de He-man y los Amos del Universo, cuya "caricatura" no llegaría sino hasta mucho después, pero el incipiente marketing dictaba "ya vendan los jueguetes esos", seguramente suponiendo que el ansia consumista justificaría el interés por la futura trasmisión de la serie.
Con mi sentido del deseo material recién estrenado, se me ocurre pedir a "Santa Clós" por primera vez en la vida TODOS los jueguetes de He-man. Y cuando digo todos, estoy hablando del Castillo Grayskull como la cereza del pastel. Estamos tomando en cuenta todos los personajes de la primera temporada, no podemos pedir lo que todavía no salía en acetados de animación, ni en el mercado, ¿verdá?, esto lo digo por esos trolls que se llenan la boca de la sabiduría vana. Si sé de lo que hablo, güeyes.
Decía; este es el punto donde los padres se toman la molestia de explicarle a uno que no siempre puede conseguir todo en la vida, que hay que moderar nuestros apetitos, que los juguetes no son todo en la vida, que Santa Clós tiene que repartir otros juguetes a otros niños, etc.etc.etc. A mí me dijeron "no te preocupes, él te los traerá". En esta vida me han odiado -uuuuuh-cantidaaaad- todos aquellos que recibieron solo uno, o ropa. Odiénme de nuevo, ahí viene mi Wacom.
La víspera de nochebuena, la ansiedad me tenía brincando por las ventanas, los libreros y la mesa- referencia literal, en verdad tenía problemas con mi metabolismo hiperkinético- no podía dormir de imaginarme que la mañana siguiente, tendría todo lo que quisiera (porque eso consiguen los padres que malcrian a sus hijos: que uno piense que debe de tenerlo todo, y que se lo merece).
Mi padre llega por la puerta con un enorme bulto de plástico, y como nunca llega con esa cantidad de cosas sin que venga un insufrible familiar, o una molesta visita, lo primero que se me ocurre es buscar en la puerta a la liendre de la semana; como no veo a nadie, me dió por preguntar - ¿qué es eso?.
Mi padre, siempre pasado de listo, me responde -chiles verdes-, mientras ve socarronamente a mi madre y se dirige a la habitación nupcial.
Las Precisiones.
1.- El peor error que uno puede cometer es pensar que los niños son idiotas. El exceso de una referencia o muletilla lleva eventualmente a la oportuna indagación, ergo ante el uso abusivo del chistorete de los chiles verdes, hecha mi tarea estaba ya y a mis 5 años sabía qué eran los mentados chiles verdes y que había que llevarlos a la cocina en cuanto se compraban, no a la recámara.
2.-Cuando uno vaya a maleducar a sus hijos, hay que ser precavidos; si piensan pasar irónicamente frente al infante con sus futuros regalos, tómense la molestia de usar una bolsa negra, porque las de colores traslucen el contenido, con la iluminación adecuada.
Conté diez cajas de los Amos del Universo, supuse que el bulto enorme de hasta abajo era el castillo.
Cada que cuento esta anécdota, me preguntan que si sentí un profundo golpe en mi inocencia, que si nació en tonces mi resentimiento hacia la sociedad y que si respiré amargura que busqué saciarla en las inocentes mentes de mis vencinitos y compañeros de la escuela.
La verdad, me cagaba de la risa por la ingenuidad de mi padre.
Ese día nació otro tipo de satisfacción: la de caerle a mi padre en sus movidas. Gracias a la poderosa tecnología en video de mi celular, a la fecha es un platillo que sigo degustando con bastante frecuencia. Adoro su jeta de perplejidad cuando le saco sus trapos a la vista de todos.
Independientemente de lo anterior, el día siguiente me cayó el veinte de algo que mi mente delimitaría y concretaría más adelante: sin la recién sembrada fantasía, la navidad era una temporada bastante aburrida e insulsa: como no iba a la escuela estaba todo el día haciendo nada, todo lo que había en la tele y en boca del mundo era este asunto y la verdad, el hablar de una festividad que no tenía una verdadera razón de peso para celebrarse, comenzaba a figurárseme molesto.
Por eso, cuando llegó mi momento de perpetuar esta payasada, simplemente no me dió la gana y sufrí en los años subsecuentes del punkeo de propios y extraños, que no soportaban mi humor Scrooge -porque esa era la referencia que la raza cósmica tenía del mi humor decembrino: si a Jim Carrey no se le ocurre hacer la adaptación cinematográfica, con la efigie que adaptó Chuck Jones (el responsable de Tom y Jerry de los 50s y de la época más prolija de los personajes de la Warner Bros.), seguramente seguiría usándose la misma muletilla-.
Y es aqui, querida y amada audiencia, donde llegamos a la antesala de mi molestia: semejante bodrio es el lugar común donde todos se quieren pasear con sus pies cochinos y sus olores concentrados, y como si eso no fuera suficiente, quieren que uno pase por el mismo lugar por la fuerza. Esta primera aproximación genera a su vez tantas y tantas razones para odiar y despotricar, que podría hacer un discurso largo y pastoso de mis tanatos de temporada, pero me limito a afirmar:
Odio la navidad porque es en la época cuando perdemos toda vergüenza y, en medio de proclamos de amor y paz, ponemos en evidencia toda nuestra fealdad, estupidez y mezquindad.
Si no tuviera a mis amigos, ya hubiese salido a la calle para disparar proyectiles de consomé cristalizado a la humanidad, desde hace muchas navidades. Sin mis coleópteros y nuestro Club de los corazones rotos del señor Ebenezer Scrooge, mi vida estaría basada en el rencor invernal y el compungido sentimiento derrotista por la abrumadora y abundate torpitud colectiva, en vez del hedonismo, el escarnio y la impropiedad que adornan mis diciembres.
Por eso, dejaré de robarme los pinos de San Cosme, mejor que la familia mexicana estándar gaste, arruine y queme: afronten la consecuencias de tener un nido de bichos en su casa por un mes, y que lidien con la podredumbre y la plaga del año nuevo.
A tragar Kung-Pao, que es navidad.
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Atte.
El Hijo de Nadie.
1 comentario:
La Navidad es una época para comer mucho y estar reprimiendonos constantemente y luego llegar a la conclusión de que se acerca "un año nuevo" y nos pondremos a dieta y a hacer ejercicio... me deprime con mucha frecuencia.
Yo nunca creí en santa... digo, siempre nos ponian esas imagenes de un barrigón entrando por una chimenea... en mi casa no hay chimenea, acaso entraba por alguna ventana? (las ventanas de mi casa tienen rejitas...imposible).
sigue odiando la navidad...saludos!
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