El soundtrack de tu vida fue: Guided by Voices - The Best of Jill Hives (The Best of Jill Hives Cd-Single, 2004).
Esta foto es de la autoría de este señor, la cual he tomado sin su consentimiento y con mucha devoción; pórtense bien, coman sus frutilupis y puede que algún día sean como él.
Querido diario:
El otro día fui a dar una clase de html allá por el sur, y como me quedaba de paso le dí una repasada al catálogo de ComiCastle, nomás por el gusto de llegar 0 .0034 min. antes del cierre.
Venía engolosinado con mi botín y tan contento que decidí que iba a dejar descansar al metro por ese día, asi que tomé el camión que me dejó en Insurgentes para abordar el mítico Metrobus, ahí por la estación Félix Cuevas. Eso, y traía antojo de comer en el Mr. Kelly´s que está en contra esquina del Sixties.
Venía sentado en la hilera de la derecha, aqui repasando alguna obscura referencia musical que escuché el otro día en su versión original, mientras el individuo sentado a mi izquierda venía pasándole lista a las aplicaciones de sus gadgets: primero se entretuvo con algún juego de su celular, después se puso a revisar sus citas con su palm y se siguió con -equis- juego que traía instalado.
Suele suceder que en los viajes sin contratiempos, al principio de las jornadas o al final de estas, con o sin hambre, con o sin la espalda sobajada por su empleador, la gente que no tiene en las manos con qué distraerse viene quedándose jetona.
El curioso movimiento de la cabeza de un jetón varía según el movimiento del transporte colectivo, el nivel de tensión, la complexión y puede que hasta los cargos de conciencia intervengan en su vaivén.
La tenue luz del metrobús, el sonido que hace el motor del vehículo que avanza impunemente por su carril dedicado, el olor a colonia Brutt del sujeto que se colgaba de uno de los tubos, como si este lo librara de la pesadumbre de su existencia, la música que se escapaba por entre los audífonos de la señorita enchamarrada con su peinado de antenas de cucaracha y su portafolios barato, todo mi entorno me mantenía extrañamente entretenido.
La canción de Coldplay de la señorita cucaracha finalmente se desbordó del foami en sus orejas, el tema Clocks sonaba hueco pero potente, los cabeceos de los pasajeros cobraban ritmo, parecían reverenciar los acordes del piano, la luz del transporte se iba diluyendo, permitiendo al as luces de la ciudad brillar en todo su explendor: los amarillos y los rojos se reflejaban en los rostros del pasaje, el individuo con aroma de Brutt se fue volviendo transparente, hasta adquirir la apariencia de la gelatina de limón.
Podía ver con toda claridad, entre sus intestinos, la torta de pierna con piña que seguramente se había cenado antes de abordar en la estación que se subió. Ésta se iba deslizando lentamente hacia abajo, seducida por la gravedad: la consistencia del individuo iba disminuyendo, hecho fehaciente por el lento escurrir de la torta y por cómo sus formas se colgaban del tubo pasamanos, mientras sus dedos perdían forma y se figuraba un cuajo que se aferraba al metal.
Era inminente el punto de quiebre: la materia verde transparente finalmente atravesó al pasamanos, el pasajero se convirtió en una masa sin soporte ni resistencia que cayó violentamente contra el piso, el cual terminó de minar su resistencia y le hizo líquido en el momento del impacto. Apenada, la mancha se deslizaba tratando de llegar a la puerta: qué vergüenza, hacerse bebida refrescante enfrente de todo el mundo.
El individuo de la Palm lamía incontrolablemente la pantalla táctil, la cual le prodigaba besos luminosos. Vino el éxtasis, el mono comenzaba a convertirse en pixeles, mientras su aparato lo absorbía dentro de su sistema operativo. Como traía puesto su cinturón de hebilla metálica, la PDA lo escupió violentamente. Desesperado, comenzó a desabrochar su cinto, pero era demasiado tarde: el aparato se había apagado, y no hubo poder humano que lo volviera a encender.
María Daniela patinaba en el corredor: las ruedas corrían por el piso, avanzando por el enorme pasillo hasta la parte frontal donde la espera una enorme almohada color mamey: se zambullía y tomaba vuelo, para lanzarse de regreso. A menudo me pregunto si no le picará la piel bajo esos calentadores. Le pedí amablemente que cantara Abismo, pero se limitó a tomar su micrófono oficial de Juguemos a Cantar y entonó el cover de Daniela Romo. Sigo pensando que no tengo poder de convocatoria, aún cuando la gente termine obedeciendo -a regañadientes - mis peticiones.
Nuevamente tengo un mapa de Age of Empires en mi tórax: puedo ver a los campesinos sembrar sus cosechas en mí, mientras otros extraen de mi ombligo la roca que necesitarán para levantar sus murallas. Hay una escaramuza en mi tetilla izquierda. Qué lata. Esta vez contengo las ganas de rascarme: no sea que los emperadores abdiquen y se termine la partida.
El mundo sale disparado hacia arriba y la luz se hizo presente entre maldiciones y jesúses: el metrobús ha frenado bruscamente, un imbécil se detuvo en medio del carril del metrobús, quería dar vuelta en "U" y una patrulla le explicaba entre insultos, gotas de saliva y amenazas la necedad de sus acciones.
La señoríta cucaracha, el tipo PDA y el hombre olor a Brutt se habían bajado mucho tiempo atrás: ahora me rodeaban: un judío trajeado -con su sope en la cabeza y con aliento a leche fresca-, delante de mí estaban dos cajeras de Bancomer y en el fondo, una señora con la carreola del bebé en el espacio de los discapacitados, la cual movía hacia adelante y atrás para arrullar su preciado contenido. Afortunadamente, estaba a una estación de distancia de mi destino.
Esta ha sido la primera vez que me he quedado jetón en un transporte público. Qué a gusto se la pasa uno, con razón tanta gente lo hace.
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Atte.
El Hijo de Nadie.
El otro día fui a dar una clase de html allá por el sur, y como me quedaba de paso le dí una repasada al catálogo de ComiCastle, nomás por el gusto de llegar 0 .0034 min. antes del cierre.
Venía engolosinado con mi botín y tan contento que decidí que iba a dejar descansar al metro por ese día, asi que tomé el camión que me dejó en Insurgentes para abordar el mítico Metrobus, ahí por la estación Félix Cuevas. Eso, y traía antojo de comer en el Mr. Kelly´s que está en contra esquina del Sixties.
Venía sentado en la hilera de la derecha, aqui repasando alguna obscura referencia musical que escuché el otro día en su versión original, mientras el individuo sentado a mi izquierda venía pasándole lista a las aplicaciones de sus gadgets: primero se entretuvo con algún juego de su celular, después se puso a revisar sus citas con su palm y se siguió con -equis- juego que traía instalado.
Suele suceder que en los viajes sin contratiempos, al principio de las jornadas o al final de estas, con o sin hambre, con o sin la espalda sobajada por su empleador, la gente que no tiene en las manos con qué distraerse viene quedándose jetona.
El curioso movimiento de la cabeza de un jetón varía según el movimiento del transporte colectivo, el nivel de tensión, la complexión y puede que hasta los cargos de conciencia intervengan en su vaivén.
La tenue luz del metrobús, el sonido que hace el motor del vehículo que avanza impunemente por su carril dedicado, el olor a colonia Brutt del sujeto que se colgaba de uno de los tubos, como si este lo librara de la pesadumbre de su existencia, la música que se escapaba por entre los audífonos de la señorita enchamarrada con su peinado de antenas de cucaracha y su portafolios barato, todo mi entorno me mantenía extrañamente entretenido.
La canción de Coldplay de la señorita cucaracha finalmente se desbordó del foami en sus orejas, el tema Clocks sonaba hueco pero potente, los cabeceos de los pasajeros cobraban ritmo, parecían reverenciar los acordes del piano, la luz del transporte se iba diluyendo, permitiendo al as luces de la ciudad brillar en todo su explendor: los amarillos y los rojos se reflejaban en los rostros del pasaje, el individuo con aroma de Brutt se fue volviendo transparente, hasta adquirir la apariencia de la gelatina de limón.
Podía ver con toda claridad, entre sus intestinos, la torta de pierna con piña que seguramente se había cenado antes de abordar en la estación que se subió. Ésta se iba deslizando lentamente hacia abajo, seducida por la gravedad: la consistencia del individuo iba disminuyendo, hecho fehaciente por el lento escurrir de la torta y por cómo sus formas se colgaban del tubo pasamanos, mientras sus dedos perdían forma y se figuraba un cuajo que se aferraba al metal.
Era inminente el punto de quiebre: la materia verde transparente finalmente atravesó al pasamanos, el pasajero se convirtió en una masa sin soporte ni resistencia que cayó violentamente contra el piso, el cual terminó de minar su resistencia y le hizo líquido en el momento del impacto. Apenada, la mancha se deslizaba tratando de llegar a la puerta: qué vergüenza, hacerse bebida refrescante enfrente de todo el mundo.
El individuo de la Palm lamía incontrolablemente la pantalla táctil, la cual le prodigaba besos luminosos. Vino el éxtasis, el mono comenzaba a convertirse en pixeles, mientras su aparato lo absorbía dentro de su sistema operativo. Como traía puesto su cinturón de hebilla metálica, la PDA lo escupió violentamente. Desesperado, comenzó a desabrochar su cinto, pero era demasiado tarde: el aparato se había apagado, y no hubo poder humano que lo volviera a encender.
María Daniela patinaba en el corredor: las ruedas corrían por el piso, avanzando por el enorme pasillo hasta la parte frontal donde la espera una enorme almohada color mamey: se zambullía y tomaba vuelo, para lanzarse de regreso. A menudo me pregunto si no le picará la piel bajo esos calentadores. Le pedí amablemente que cantara Abismo, pero se limitó a tomar su micrófono oficial de Juguemos a Cantar y entonó el cover de Daniela Romo. Sigo pensando que no tengo poder de convocatoria, aún cuando la gente termine obedeciendo -a regañadientes - mis peticiones.
Nuevamente tengo un mapa de Age of Empires en mi tórax: puedo ver a los campesinos sembrar sus cosechas en mí, mientras otros extraen de mi ombligo la roca que necesitarán para levantar sus murallas. Hay una escaramuza en mi tetilla izquierda. Qué lata. Esta vez contengo las ganas de rascarme: no sea que los emperadores abdiquen y se termine la partida.
El mundo sale disparado hacia arriba y la luz se hizo presente entre maldiciones y jesúses: el metrobús ha frenado bruscamente, un imbécil se detuvo en medio del carril del metrobús, quería dar vuelta en "U" y una patrulla le explicaba entre insultos, gotas de saliva y amenazas la necedad de sus acciones.
La señoríta cucaracha, el tipo PDA y el hombre olor a Brutt se habían bajado mucho tiempo atrás: ahora me rodeaban: un judío trajeado -con su sope en la cabeza y con aliento a leche fresca-, delante de mí estaban dos cajeras de Bancomer y en el fondo, una señora con la carreola del bebé en el espacio de los discapacitados, la cual movía hacia adelante y atrás para arrullar su preciado contenido. Afortunadamente, estaba a una estación de distancia de mi destino.
Esta ha sido la primera vez que me he quedado jetón en un transporte público. Qué a gusto se la pasa uno, con razón tanta gente lo hace.
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Atte.
El Hijo de Nadie.
9 comentarios:
Quedarse dormido en el metrobús ha de ser una experiencia totalmente surrealista.
¿Dramamine incluido?
...el hombre-brutt convirtiéndose poco a poco en gelatina de limón, como esos libros didácticos con un dibujo de un hombre que al avanzar hojas le quitas una capa de su organismo, nada más que nunca había visto que se viera su torta con piña recién ingerida... excelente post!
ya me voy a la escuela , con un dolor horrible en la nariz pues mi hermanito me la mordio , gracias por la musica, ya no pude ahorita leer todo tu post , pero alrato lo hago , pero eso de frutilupis me recuerda a que mi mama decia que yo tenia boca de frutilupis jajajajja.
un abrazo!
Malakatonche, no consigo tu telèfono. Var.
Te envìo un mail.
:)
Que buenos videos haces... no has pensado dedicarte a esto de las películas independientes... no espera no fue un video verdad... odio mi mente "asi tan visual".
Happyness... como cuando uno se come un postre que le gusta mucho y sabe que además no engorda... satisfacción sin pena... sencilla, plana... nada más
ANTES DE SUBIR FUMASTE MOTA???
Lo del chico-gelatina de limon, fué grandioso!!!
Se te extraña:(
Y yo, ilusa e ingenua, que pensé que lo hacían porque no tenían de otra!!!
uoraleee !! y lo mejor es que me lo imagine todo , y si, confiesa!!, andabas hasta tu mother cuando escribiste este post, ja! .
Ahh gran blog!! Y el metrobus o ese transporte urbano, la leche...!
Me gustó también que tenga musiquita, siempre lo había visto en el trabajo donde el presupuesto no alcanza para bocinas en mi máquina....
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