miércoles, marzo 12, 2014

=El discreto encanto de la decadencia: La Grande Bellezza =

El soundtrack de tu vida fue: Bob Sinclair feat. Raffaella Carrá - Far l'amore



Jep Gambardella.


La vida de los hombres son obras que no se definen ni por sus principios ni por sus episodios, sino por sus finales.

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A menudo se habla de la decadencia como un álgido y desafortunado destino, morbosamente interesante cuando se trata de la vida de alguien notable.

Criterios más sensatos señalan que la decadencia es mera consecuencia de la vida finita y mortal: todo aquello que nos caracteriza, que nos destaca, inevitablemente se atrofiará y desaparecerá en algún momento, y dependiendo de cómo se conduce uno en esta vida, ayudamos o agravamos el estado en que pasaremos nuestros últimos días.

Hablar de la decadencia es también una invitación al tema de los logros: lo que hemos hecho, el lugar que ocupamos y el vacío que hacemos cuando hayamos dejado de existir, la trascendencia a nuestro tiempo o al olvido.

Inevitablemente, comenzamos a fijar estándares para el éxito y el fracaso, y vivimos en pos de uno y evitando el otro.

La decadencia es entonces, tan tolerable como los laureles y la ruina que se traen a cuestas.




La película italiana La Grande Bellezza, recientemente en el foco de atención por el galardón gringo obtenido hace unos días, es en mi opinión un gran tratado sobre la decadencia.

Jep Gambardella, el protagonista, es el epítome del hombre cosmopolita: culto, simpático, mordaz, escritor; ha permanecido en la cumbre del jet set de Roma durante las últimas décadas, y que, llegando a su sexagésimo quinto aniversario, se encuentra en un punto de trance, donde puede ver todo lo que ha sido y lo que será (sans Enanitos Verdes), y donde, entre los desenlaces que le colman, el se siente satisfecho viendo al torbellino que es su existencia.

Viviendo en orden inverso al resto del mundo, Jep es el hombre nocturno por excelencia: despierta al mediodía, despacha durante la noche y descansa cuando el día diguiente ha comenzado. Tal rutina es motivo de escarnio y envidia, pero también le permite distanciarse de de la banalidad (el mundo diurno) para concentrarse en la mundanidad (la vida nocturna) y concentrarse en aquello que lo define.

Más allá de sus logros (un libro llamado El aparato humano, del que ha  cosechado fama y admiración durante años), sus amistades y contactos (la crema y nata de Roma, sus notables y sus indeseables por igual), su carácter despreocupado e incisivo, su estilo bon vivant y (elegantemente) reventado, Jep en realidad se encuentra definido por su capacidad para la contemplación.

Jep va por la vida observando la innegable belleza de todas las cosas, sea la circunstancia de los huérfanos en un convento, la miserable satisfacción de una fiesta de botox o la rutina de una stripper cincuentona que vive al día, y a la que convierte en momentánea comparsa de su "mundanalidad".

Así, mientras intenta mantener su estilo de vida, viene sopesando la grieta emocional que le ha provocado la noticia de la muerte de la mujer que amó en su juventud; Jep se encuentra contemplando la belleza inherente de funerales, amistades desahuciadas, de sueños desabaratados y de extrañas coincidencias, como el destino final de su taciturno vecino, y por primera vez se encuentra desolado, intranquilo.


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Tan importante es el protagonista, como el escenario escogido para esta historia: Roma





Los atisbos a la Roma in zona euro y sus excesos es mera anécdota sobre la carísima producción cinematográfica: Roma es más interesante desde el retrato que la película nos presenta.

Esta ciudad es la histórica cuna de la civilización occidental, pero también es convergencia muchas cosas: es tanto ciudad de palacios como de antros, centro de operaciones de obispos gourmet y de prostitutas con el corazón de oro, centro turístico y patio de recreo de ricos aburridos, hogar de incomprendidos hombres brillantes y de famosas de moda, que escupen nombres de novelistas como si hablaran de sus calzones. 







Roma te arranca el corazón, lo pisa y te invita un mojito. Lo que te queda, es salir por la puerta de atrás o tomar tu lugar en el baile de grupo: ¿mueves la colita, o te regresas a tu pueblo?

Roma es, pues, el único lugar en el mundo donde la decadencia es chic, donde la infatuación pierde su celular en medio de la fiesta, donde el chisme social y la desgracia ajena son políticamente correctos, y donde finalmente los príncipes y reyes deciden bajan a jugar con los peones, toda la noche y mientras haya barra libre.

En Roma no existen caídas tan fuentes que no solucionen un brindis o una fiesta, ni las defenestraciones son el final de una dinastía: los nobles que han perdido su título todavía pueden rentarse para fiestas, hacer la corte y reverencias convenidas, cobrar en efectivo y regresar por la noche, para visitar en secreto esos antiguos palacios, ahora propiedad de la ciudad, y ver su vida perdida, su historia, su abolengo desde el cristal de una vitrina, explicado por una grabación en 5 idiomas.





Esta "glamorosa mundanidad" es la ocupación de Jep, permanentemente ocupado por la fiesta y la decadencia, la cual le permite de ve en vez escribir algún artículo cultural o entrevista, constantemente cuestionado por propios y extraños sobre su vida y obra, una oportunidad para galantear y elaborar siempre sobre la futilidad del éxito, discurso que pone sus detractores de rodillas ante la seducción de su plática, o expuestos al vapuleo de su educado escarnio.


A diferencia del personaje decadente común y corriente, Jep está perfectamente consciente de su circunstancia, sin mayor preocupación por la opinión del mundo y perfectamente ubicado en este episodio de su vida como socialité: no está en una crisis de la edad adulta, no vive atormentado por sus errores, ni acurrucado en sus glorias pasadas.

Su punto de conflicto está con los sentimientos que se le desbordan, esa forzada recapitulación de su pasado amoroso que no le permite controlar el sentimiento de tristeza que por momentos le invade, y que arruina su "mojo".

Es un bizarro encuentro con una beata estilo "madre Teresa" lo que le da la claridad que buscaba: la remembranza y  cierre, el instante en que el principio se convierte en el final, cuando regresa a su primer encuentro con aquello que llama "la gran belleza".







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La premiación de esta película en la pasada entrega de los premios Óscar es por demás, bien merecida. 

Personalmente, encontré en Jep Gambardella un modelo a seguir por si me encuentro alguna vez en los años decadentes; no puedo esperar para aprender a vestir como él.





Y así.


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 Atte. 


 El Hijo de Nadie



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