viernes, enero 10, 2014

= La llegada del reino =



El soundtrack de tu vida es Javiera Mena - Sufrir






Ocurrió que los caminos de la vida me han traído de un lado a otro de la periferia del Defe, que las bondades del sur me alejaron demasiado de los terrenos metropolitanos que siempre he pululado, que la monotonía llegó a mi puerto y el amor acaba; luego, la felicidad instantánea me pedía "tiempo de calidad". Era hora de estrenar, y me costaría azul celeste.



Querido diario:


Un día se me pegó en la mollera una fijación: quería mudarme a otro lugar.


Había pasado suficiente tiempo en la Portales; aunque este rincón del cielo no tenía "peros" y todo me lo daba a manos llenas, la demasiada tranquilidad me tenía amodorrado.

Y la pachorra no me va.

Me dí a la tarea de buscar un nuevo lugar para yacer.


Te platico que, durante la primera incursión al sur, me enfrenté con las peticiones más disparatadas por parte de las y los caseros: no solteros, no mascotas, si casado, con hijos, con crédito INFONAVIT, con coche, sin coche, sin bicicletas, peinado de media raya y con limón, con gota en las rodillas, etc.

Ocurrió entonces, que una coqueta encargada del departamento jurídico y tu   servidor nos animamos a compartir experiencias al calor de una charola de quesos en cierto restaurant pedorrillo coyoacanense, y ella me nutrió con sus experiencias en las búsquedas mobiliarias, las cuales eran vastas.

Intercambiamos contactos -yo, los que encontré en internet, ella, los que encontró en el periódico.

Uno de sus contactos se convirtió en mi hogar en el destierro gozoso.

De regreso al tiempo presente, encontré toda clase de atractivos lugares donde residir.

Desafortunadamente, volvían a colmarme el buche con necedades variopintas: me pedían un aval con escrituras de un bien inmueble en el Defe con papas y refresco, copia por el reverso de mi acta de nacimiento, mi fé del bautizo, mis boletas de quinto de primaria, la velita de la confirmación del aval, planes matrimoniales (¿qué pedo con esa gente que quiere rentarle sólo a matrimonios jóvenes y sin hijos?), una propuesta indecorosa, fianza de montos varios, pagarés firmados con sangre de chivo viudo, por mencionar algunos.

Los días pasaban y nomás no hallaba.

Lucyfer, que casi no le gusta meterse mis asuntos, me sacó la intención de micro migración con cucharita de palo, y me comentó de un anuncio en conocida zona céntrica de la ciudad. Un tanto retirado del sur.

Le pedí de favor, si pasaba otra vez, me consiguiera el teléfono. Y me sumergí en otros temas.

Anduve bailando la manzanilla por las colonias colindantes de la Portales: recorrí de pi a pá las colonias Narvarte, Del Valle, la Nápoles. Lentamente fui acercándome a otros territorios: caminé por la colonia Asturias, La colonia Moderna, La Álamos; bajé al inframundo del oriente del DF, y salí con el pellejo ileso, y el pantalón un poquito empolvado. 

Le eché un ojo a los tesoros inmobiliarios del centro del Defe: sendos espacios en zonas tozudas, no aptas para cardiacos.

Confieso, querido diario, que le saqué a la vida ruda del Centro Histórico. Mi modernidad me condena, me ha hecho blando y me deja fuera del corazón palpitante de la ciudad. Nunca he trabajado mis apegos, y ahora no es la hora para hacerlo.

Conocí indómitos rincones sobre Calzada de Tlalpan, me aventuré por Xola a donde las águilas se atreven, caminé por la calle Amores desde Coyoacan hasta Viaducto, y seguí por Medellín en pos de un lugar para la cosa nostra.

Y nada.

Mi tiempo se terminaba: noviembre estaba por finalizar y tenía sólo diciembre para conseguirlo, o me vería forzado a una de dos: renovar contrato, tratando de reducir el plazo anual (imposible en la mobiliaria que administraba el departamento de Portales); o hacer escala en la casa de Lucyfer, mientras encontraba lugar.

Un frío desolaba mi corazón, la preocupación no me dejaba dormir. Mientras si, mientras no, ya tenía la mitad de mis cosas empacadas, el departamento era un chiquero.


Finalmente, la legendaria Poquianchis del Espacio, ahora flamante fotógrafa profesional de la vida breve, me comentó del mismo departamento en las esquinas céntricas, que todavía estaba en renta.

Me dí una vuelta, me gustó. Sin pensarlo dos veces metí mis papeles, y esperé.

 En esos días el destino quiso que viajara a Guadalajara, y a pesar de ciertos engorros, me la pasé agustito. tuve oportunidad de conocer a mi querida Adivitola, futura escritora (yo la vi primero, yo la vi primero; o algo por el estilo), y nos lanzamos a explorar los rincones ignotos de Zapopan, nomás por convivir.

Fui fan del Marrano Roll, y descubrí que Banorte es una institución descastada fuera del Defe, queseso, no son formas, hay familias.

Me hubiese gustado conocer a más camaradas tapatíos, pero mi visita fue muy corta, y la vida se vive rápido, o no es vida.

Llegando un jueves a las 6 de la mañana, el destino decidió ponerme los codos en la espalda y dejarse caer: me bolsearon en el Aeropuerto de la Ciudad de México, y se llevaron mi fiel iPhone 4S.

Pasé por los sinsabores del reporte frente al Ministerio Público de aeropuerto (localizado en el estacionamiento), recibí mi pasada por la realidad jurídica de este país: las autoridades son de chocolate, la ley es ornamental.

Devastado, me di a la tarea de seguir empacando.

Ese fin de semana me avisaron que fui aceptado en el departamento.

Contra reloj, terminé de empacar todo lo empacable. La noche anterior la pasé en vela terminando de preparar lo que se iban a llevar. Con cara de zombie recibí a los mudanceros del mercado de la San Rafael: niños de 12 años que prefieren mudar tus cosas a andarnos asaltando. Botanas, los chamacos.

Nos conocemos de años, cuando apoyaba en las mudanzas de La Poquianchis del Espacio y el Onésimo Nemo. Ya llovió.


La mudanza se dio en un par de horas, y al mediodía estaba dormitando en mi nuevo departamento, con una tranquilidad que no sentía desde hace varios meses.












Este es mi reino, y eso está bien.



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 Atte.

 El Hijo de Nadie




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